El águila coronada

El águila coronada es una de las aves más impactantes de nuestra región. A pesar de figurar en el libro rojo de especies amenazadas, se la conoce muy poco. Por eso, un equipo de investigadores de La Pampa y de Idaho (Estados Unidos) está estudiando sus hábitos. Es una experiencia única en  el mundo, que tiene su base en el oeste pampeano. 

 

Suplemento ECO (Especial._ Abril de 2007). En pleno viaje por la ruta pampeana N°14, en dirección al oeste, muy próximos a Jagüel del Monte, luego de la voz de alerta detuvimos la marcha. En lo más alto de un caldén, una inmensa ave observaba atenta cada movimiento a su alrededor. Parado sobre la caja de la 4x4, con los binoculares, Maxi finalmente bajo por tierra la ilusión: “no es un águila coronada”, dijo y todos subimos resignados a la camioneta para seguir viaje.

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El águila coronada (Harpyhaliaetus coronatus) es un habitante de las tierras de América del Sur. Su distribución es muy amplia y el límite sur llegaría hasta el río Colorado. Con una impresionante figura que parada llega a medir unos 85 centímetros de altura, es una especie de la que se conoce poco, casi nada. De hecho, en La Pampa es en uno de los pocos lugares de América donde se están estudiando sus hábitos.

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Un par de horas después de la partida, observamos cómo las aguas del río Salado pasaban "apretadas" bajo el puente en Paso de los Algarrobos. A pocos kilómetros de allí, en el establecimiento El Ranquel, donde vive Rubén Urquiza y su familia, pudimos ver como un brazo del río inundaba lo que antes fue jarillal. Recién despierto, Fernando, el más chico con 13 años de edad, contó que hacía unos días había visto al pichón. “Me paré en los estribos y lo ví desde lejos. Estaba atento, con la cabeza parada, todavía en el nido”, agregó Rubén, mientras fumaba un cigarrillo armado.

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En el mes de enero, un equipo conformado por integrantes del Centro para el Estudio y Conservación de las Aves Rapaces en la Argentina (CECARA), de la Facultad de Exactas y Naturales, de la Universidad Nacional de La Pampa, conjuntamente con el investigador Marc Bechard, de la Universidad Boise, Idaho, de EE.UU., colocaron un transmisor satelital en un pichón de águila coronada. El objetivo es conocer las costumbres de esta especie, los lugares donde habita, si permanece en la zona y otros hábitos hasta ahora desconocidos.

“Me dieron las coordenadas de un sitio dónde habría un nuevo ejemplar de águila coronada”, dijo Maxi y subimos a la 4x4. Verónica señalaba uno de los caminos posibles para llegar al lugar. Con un calor que apretaba cada vez más, atravesando el jarillal por huellas y caminos polvorientos, dimos con el Puesto de Oscar Tobio, en Arbol de la Esperanza. “No hemos visto nada así desde hace tiempo”, dijo. Sólo recordaba haber visto un águila mora, que es mucho más chica y de otro color. Horas después, y de vuelta en el puesto de Rubén Urquiza, salimos con Fernando para observar al pichón que tenía colocado el transmisor satelital.

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En el año 2001 comenzaron los primeros trabajos. Hoy, un equipo conformado por José Sarasola, Maximiliano Galmes, Miguel Santillán, Laura Bragagnolo, Verónica Salvador, Marcos Reyes y Claudina Solaro, estudian cada detalle del águila coronada, una de las aves más grande en esta región del país. Qué come, cuántas crías tiene, cómo se relacion, si migra, cuántos ejemplares existen… todas son preguntas que se proponen dilucidar. Por eso esperan ansiosos las señales emitidas por el transmisor satelital colocado en el pichón. Los primeros reportes enviados desde Francia, lugar donde se recibe la señal, indicaban que el pichón seguía justo allí, en el establecimiento El Ranquel.

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Siguiendo la huella en dirección al río, dejamos la 4x4 en el límite donde el agua inunda el campo en el que vive Fernando. A unos quinientos metros de allí, pudimos ver con los binoculares el inmenso pichón. En lo más alto de un pequeño caldén, rodeado de las aguas del salado que inundan el lugar convirtiendo esas tierras en un inmenso bañado, se levanta un gran nido y encima de él, con la cresta característica, el pichón registra cada movimiento. Domina el paisaje. Es dueño del lugar.

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Según los datos y la información relevada por distintas investigaciones, el águila coronada es un ave de hábitos solitarios. Su dieta alimenticia en esta región se compone de víboras, culebras, piches y peludos. Con su cresta característica y su color grisáceo en la adultez, tiene un vuelo imponente, como suele suceder con las grandes aves. Son sólo unos pocos datos. Por eso la importancia del trabajo de investigación y por eso cada nuevo ejemplar hallado es festeja como el primero.

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En la municipalidad de Santa Isabel, en el oeste pampeano, el secretario del intendente cuenta que sabía de la existencia de ejemplares por la zona. Según dice, son combatidos porque se comen las crías de las chivas y los corderos.

Ya sobre la 4x4 y en camino hacia Algarrobo del Aguila, Maxi y Verónica señalan que en los análisis de dieta y en los rastros encontrados en los nidos, nunca pudieron hallar restos de corderitos o chivitos. “Los paisanos que conocen el águila coronada, que describen un montón de hábitos que los reconocemos como cierto, esa gente nunca nos dijo que vieron el ave cazar algún animal doméstico. Dicen que les han contado, pero nunca vieron algo así", comenta Maxi.

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Unos 10.000 kilómetros recorridos por picadas y caminos pampeanos en sólo dos meses es el resultado de la campaña desarrollada por el CECARA. Con un subsidio entregado por The Peregrine Fund (Fondo Peregrino, de Idaho, Estados Unidos), se pudo financiar los gastos de traslado y alojamiento. El equipo humano conformado por estudiantes y egresados de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UNLPam) realizan los trabajos sin remuneración alguna. Parados en lo alto de una barda o en la caja de la camioneta, con los binoculares en mano, tratan de encontrar algún águila coronada en vuelo. Si localizan un nido, recorren el área circundante recolectando muestras de alimentación debajo de “perchas” (árboles utilizados como posaderos) y toman medidas de todo tipo. El objetivo: llegar a caracterizar el hábitat de nidificación de la especie.

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Darío, en Algarrobo del Aguila,  cuenta que no hace mucho un operario que hacía trabajos en la barda, a unos pocos kilómetros de allí, había cazado una pareja de un animal similar a la del afiche que Maxi y Verónica mostraban. En la oficina del intendente, todos confirmaban los dichos. De acuerdo a los datos aportados, la mala suerte había acabado con la vida de un adulto y su pichón.

A las pocas horas, el equipo de investigadores sigue su trabajo de relevar cada dato, de anotar hasta el mínimo detalle. En La Humada, debajo de la enramada, Juancito Dominguez dice que a unos mil metros de allí vió un nido abandonado. Cuenta además que, bajando por el Atuel, a unos pocos kilómetros de su casa, miró al cielo y había “un ave de ese tipo”.

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La situación o la suerte del águila coronada no es muy distinta a la de muchas aves y animales que viven en esta parte del mundo. La pérdida o modificación del hábitat los afecta, al igual que la caza. Atraídos por su tamaño y alentados por una leyenda hasta ahora no demostrada, caen por las balas de algún paisano o cazador profesional. Por eso, además del trabajo de investigación para determinar sus costumbres, el equipo de CECARA realiza una ardua tarea de educación y divulgación. Puestos de campos, escuelas, comisiones de fomento, municipalidades, casas de familia… en cada uno se detienen para entregar material de difusión, intercambiar información y establecer contactos.

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Atravesando picadas, arenales interminables, entre jarillales y alpatacales, sorprendiendo maras que corren asustadas, con los jotes volando en las alturas, la 4x4 sigue pisando las pampas. Cada tanto nos detenemos. Verónica y Maxi se bajan, golpean las manos, charlan con algún puestero...

Un rato después, el vehículo sigue y más adelante se detiene en el medio del caminos.

En la inmensidad del silencio, con algunas vacas que miran con esa cara que no dice nada, parados en la caja, los ojos buscan el vuelo de algún águila coronada en el horizonte. 

Informe: Pablo DAtri
Ilus.: Bibi González

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