We Tripantü

“Vuta chao ngenechen ngillatoin in pukuche in kulling eluen kimun eluen mawun kachu” … (Gran Padre, dios de la gente, te pedimos por nuestra familia y nuestros animales. Danos sabiduría, lluvias y buenos pastos). Con estas palabras, Nazareno Serraino, de la comunidad Rosa Moreno Mariqueo, daba comienzo a la ceremonia del Nuevo Año Ranquel, del “We Tripantü”, en las tierras de Leuvucó.

 

A unos 25 kilómetros de Victorica (al norte de La Pampa, Argentina) y sobre la Ruta Provincial 105, observamos el imponente monumento a Leuvucó. Fue inaugurado en octubre de 1994. Se trata de una escultura de casi diez metros de altura. Reproduce una figura humana con una lanza que representa la cultura indígena. En el torso tiene ocho nichos que simbolizan a las dinastías más importante del pueblo ranquel: Carripilún, Yanquetruz, Painé, Pichón Huala, Manuel Baigorrita, Mariano Rosas, Ramón Cabral y Epumer.

El monumento también nos anuncia que estamos en el “Valle de Leuvucó” y en las márgenes de la laguna con el mismo nombre. No es un lugar cualquiera. Allí vivieron más de 8.000 ranqueles y ahí confluían las “rastrilladas indígenas”.

Llegamos hasta ese lugar con la idea de participar del Año Nuevo Ranquel, el “We Tripantü”, como le dicen quienes son originarios de estas tierras. Todos los años, entre la noche del 23 y la madrugada del 24 de junio, se realiza esta rogativa, esta  ceremonia. Por eso, cuando el atardecer comenzó a caer, ingresamos al “Parque Indígena Leuvucó”. En ese predio descansan, desde hace quince años y bajo una pirámide de madera tallada, los restos de Pangitruz Güor, como le dice el pueblo ranquel, o Mariano Rosas, según “los paisanos”.

Adentro del parque y a escasos metros de la pirámide o mausoleo arden dos fogones que darán las brasas para cocinar el asado “comunitario”. Alrededor de esas llamas también se calentarán los cuerpos de ranqueles que vinieron de varias localidades de La Pampa y de provincias vecinas. Este año llegaron de Victorica, Rancul, Santa Rosa, Santa Isabel, Colonia Emilio Mitre, General Acha, Realicó, General Pico y Parera. También de localidades de provincias vecinas como San Luis, Córdoba, Buenos Aires y Mendoza. La oscuridad de la noche ya es absoluta.

Un cielo inmenso lleno de estrellas anuncia que “We Tripantü” será toda una fiesta. “Esta noche no va a helar”, dice Marcos, de los pagos de Rancul, mientras arroja más leña al fuego. Recuerda que en celebraciones de años anteriores el frío se hizo notar: “me acuerdo de una noche con diecisiete bajo cero”, dice y recuerda que “la pasaron alrededor del fuego, como siempre”.

Tres parrillas con unos cien kilos de carne será la cena (y el desayuno) del centenar y medio de personas que se reparten entre los fogones y la inmensa carpa que se levantó para refugiarse del frío de la madrugada. Panes, carne condimentada, vino y mucha charla es la previa a la celebración ranquel. Los costillares se van cocinando, suena la guitarra y hay quienes comienzan a cantar. Ya estamos en plena noche del último día del año “viejo” y muy cerca del primero del Nuevo Año Ranquel.

El 24 de junio es, en el hemisferio sur, “el día más corto y la noche más larga”, dice Mercedes Soria, lonko de la Comunidad Ranquel de Realicó, y aclara que “nuestro Año Nuevo indígena comienza el 21 y termina el 24 de junio”. Es el solsticio de invierno y el pueblo ranquel lo llama: “We Tripantü”. Aquí, en Leuvucó, esta festividad se realiza desde el 2001, cuando se repatriaron los restos de Panguitruz Guor.

Luego de cenar y al llegar la media noche, comienzan a sonar las trutrukas y los cultrunes. Lentamente nos acercamos al “rewe”, el objeto sagrado de la comunidad ranquel, la conexión con la madre tierra. Hecho en tronco de caldén, tiene unos dos metros de altura y en la parte superior hay un hueco donde se depositarán las ofrendas. También tiene cuatro escalones tallados. El número cuatro (meli) está siempre presente en la cultura ranquel. Son los puntos cardinales, las estaciones del año, la medida de las varas de las lanzas y los elementos de la naturaleza.

También allí, cerca del rewe, se enciende el “fuego sagrado” y se ruega al “Vuta Chao” (Gran Dios) para que haya buena salud, cosecha y fraternidad.

Alrededor del fuego sagrado el lonko de la comunidad “Rosa Moreno Mariqueo”, de Victorica, Nazareno Serraino, invita a cada una de las personas que arroje unas ramitas al fuego mientras pide un deseo. Salud, buen año, que las aguas del río Atuel rieguen el suelo pampeano, trabajo, “que sanen quienes no pudieron llegar”, dice una lonko. Al ritmo de los kultrunes que hace sonar la Machi, los hombres comienzan a bailar alrededor del fuego, imitando con su cuerpo y los ponchos el movimiento del ñandú. Es el “choique purrum”, la danza del avestruz.

“El fuego debe permanecer encendido hasta el amanecer”, explica Nazareno. Por eso, durante toda la madrugada, muejeres y hombres acercan troncos para mantenerlo. José, de la Comunidad “Nahuel Auca”, de Parera, cuenta su historia mientras el calor del fogón nos proteje del frío de la madrugada. Mate, carne y hasta morrones verdes... la noche va transcurriendo y se espera el amanecer.

Cae una nevisca. Alrededor del rewe, en un semicírculo mirando al este, hacia la salida del sol, hombres y mujeres ranqueles se aprestan a iniciar la rogativa. Los ponchos y las matas con guardas pampas, de colores grises, blancas y negras, cubren sus cuerpos. Suena la trutruka... el sol está saliendo, el Nuevo Año comienza. 
Mari mari Vuta Chao, dice un integrante ranquel. “Ayúdanos a defender nuestro río Atuel, Gran Padre, porque ese río también es nuestra nación”, ruega otro.

Dos niños pasan entre la gente repartiendo semillas, azúcar, sal y yerba. Son las ofrendas que arrojamos a la tierra mientras cerramos los ojos pidiendo nuestro deseo, rogando al Gran Padre por buenos pastos, por la unión de las familias, por salud, por quienes no pudieron venir, por quienes ya no están…

Despertamos a la Madre Tierra con los golpes de nuestros pies mientras giramos alrededor del rewe. Cuatro son las vueltas que damos.

Ya comienza girar el año, el “We Tripantü”.

Texto: Pablo D’Atri y Marcelo Dolsan
Ilustración: Bibi González
Fotos: M. Dolsan

  
Publicado en Suplemento ECO (junio 2017) 

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