Agroquímicos

En el mundo, 1.900 millones de hectáreas (una extensión tan grande como Sudamérica) están degradadas. De tanto pisar la tierra se empobrece y, para que siga “produciendo”, se le agregan químicos.

América Latina y el Caribe, que tiene la reserva de tierras cultivables más grande del mundo y con un potencial agrícola de 576 millones de hectáreas, tiene un 16 % de los suelos degradados: son unas 312 millones de hectáreas.

Según un informe de Naciones Unidas, entre las principales causas de la pérdida de fertilidad del suelo está la erosión “por deforestación o sobrepastoreo y la degradación química”, además del sobrecultivo y mala labranza.

Químicos

 

 

  • 3 centímetros de suelo tardan entre 300 y 1.000 años en formarse...

 

Los agroquímicos son derivados que se producen en laboratorios y que luego se arrojan en los campos para que haga en días lo que la naturaleza tardaría años (3 centímetros de suelo tardan entre 300 y 1.000 años en formarse).

“El uso intensivo de agroquímicos -particularmente los fertilizantes nitrogenados y los pesticidas con compuestos orgánicos altamente persistentes en el ambiente-, genera riesgos de degradación del suelo y contaminación del ambiente aún no bien conocidos, pero potencialmente graves”, dice el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

Apurados por los tiempos y en el marco de un modelo que hace de una hectárea una unidad productiva, cultivar significa sembrar y cosechar en el menor tiempo y espacio posible, y obtener la mejor semilla y en cantidad. Si a esto se le agrega que es fundamental asegurar la cosecha contra vientos y mareas, entonces los agroquímicos son la moneda segura.

Básicamente existen sustancias para dos funciones específicas. Para recomponer los suelos o convertirlos en “aptos para el cultivo o el ganado”, existen los fertilizantes. Por otra parte, para sacar del medio cualquier riesgo de insectos, plantas u otros visitantes indeseados, están los plaguicidas.

Fertilizantes

La pérdida de nutrientes (sobre todo el nitrógeno) de los suelos, es una de las advertencias más señaladas por distintos organismos. Obtener un alto rendimiento sobreexplotando la capacidad productiva de la tierra, con prácticas de monocultivo (cultivar una sola variedad de plantas o semillas), y en suelos muchas veces no aptos para las exigencias impuestas, hace que se recurra a los fertilizantes químicos (especialmente nitrógeno, fósforo y potasio).

Además de la dependencia económica que significa para los países del sur que el 97 % del mercado de estos químicos esté controlado por empresas del Norte, existe un fuerte impacto sobre el medio ambiente. De hecho, los fertilizantes nitrogenados contribuyen de manera significativa al calentamiento de la atmósfera (liberan dióxido de nitrógeno) y destruye la capa de ozono.

Pero además, contaminan las aguas (superficiales y subterráneas) y los suelos. Se estima que, como mínimo, un 30 % de los químicos que se agregan en los campos no son absorbidos por los cultivos, y terminan en las aguas y en el suelo. “El aumento en el uso de fertilizantes nitrogenados está provocando un gran ascenso de los niveles de nitrógeno en las fuentes de agua potable, en las aguas de ecorrentías y en los desechos de los procesos agrícolas”, advierte el PNUMA.


  • Plaguicidas: Es una sustancia que tiene como objetivo controlar, prevenir o destruir cualquier plaga, incluyendo aquellos transmisores de enfermedades humanas. Una de las clasificaciones es de acuerdo a la plaga: Si son insectos, insecticidas; si son hongos, funguicidas; si son aves, avicidas; ácaros, acaricidas; nematodes, nematicidas; lombrices, vermicidas; y plantas (malezas), herbicidas.
Existen distintos tipos de plaguicidas que se comercializan en el mercado, muchas de las cuales son “extremadamente peligrosas”, tal la caracterización de la Organización Mundial para la Salud (OMS).

 

Plaguicidas

Nacieron antes del año 1.500 A.C, aunque es a partir de la Segunda Guerra Mundial, de la mano de la “Revolución Verde”, cuando los plaguicidas (también conocidos como insecticidas o pesticidas) entran en nuestras vidas. Son básicamente sustancias (o mezclas) que tienen la función de controlar o destruir cualquier plaga.

Si al cultivo de alfalfa lo afecta una langosta o tucura (un insecto), se recurre a un insecticida. Si el malo de la película es un hongo, están los funguicidas, si hay malezas están los herbicidas y la lista sigue. Cada químico tiene que eliminar al enemigo, sin dejar rastros y, debería, no afectar a otras especies (sobre todo a la humana).

Mientras el primer objetivo lo logra (relativamente ya que la plaga crea sus propios anticuerpos -resistencia- y obliga a aumentar la dosis del veneno), los otros son materias pendientes. Existen productos que actualmente se aplican en los campos (hay una variedad de plaguicidas que supera los 1.500 productos), muchos de los cuales están prohibidos en los países industrializados y aquí se fumiga sin ninguna restricción. El DDT (clorodifenildicloroetano) fue prohibido en EE.UU. pero este país fabricó solamente en un año 18 millones de kilos para exportar a los países del Tercer Mundo.

Contaminación

Según datos oficiales, más de 10.000 personas mueren todos los años en el mundo por los plaguicidas. La forma de intoxicación es de manera directa (los que trabajan en la fabricación o en la fumigación) e indirecta (aquellos que ingieren alimentos o entran en contacto con elementos del medio ambiente que contienen residuos de los agroquímicos).

“Los fertilizantes no son el principal problema de contaminación si se utilizan racionalmente”, dice Ernesto Viglizzo, investigador del INTA y del Conicet.”Los pesticidas sí son mucho más peligrosos, sobre todo porque existen estimaciones en Estados Unidos que demuestran que menos del 1 % de los plaguicidas aplicados llegan efectivamente a la plaga que se desea combatir. El resto se disemina en el ambiente, y mata y contamina lo que se cruce”.

El plaguicida que se esparce por el campo, se incorpora al ciclo de la naturaleza. Cuando los niveles de toxicidad son altos, los químicos no se disuelven naturalmente y son el alimento de otras especies que luego terminan en nuestro plato (bioacumulación, que es la transferencia del plaguicida al sistema biológico).

La pérdida de biodiversidad (mueren animales -ver nota pagina 8- y plantas), la contaminación de los suelos, el aire y el agua, y los efectos directos sobre la salud humana no están en el plano de la especulación. El PNUMA advierte que estos compuestos “no se degradan fácilmente y perduran por muchos años en el ambiente”, y que afectan “los procesos reproductivos y de desarrollo, provocando daños neurológicos e inmunológicos en los humanos y en otras especies animales”.

Texto: Pablo D’Atri
Ilus.: Bibi González

  • Publicado en el Suplemento ECO de octubre de 2000

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