Horno pirolítico: una cuestión de vida

La discusión del horno pirolítico en la ciudad de Santa Rosa es una cuestión de vida. Ya en el año 2002 cuando visitó la ciudad la doctora Lilian Corra (convocada por el suplemento ECO, el diario La Arena, EcoSur y la Fundación del Colegio Médico de La Pampa) la advertencia fue contundente. La presidenta de la Asociación Argentina de Médicos por el Medio Ambiente(AAMMA) decía que cuando se quemaban determinados elementos, se generaban muchas sustancias algunas de las cuales eran riesgosas para la salud y el ambiente.

Una de estas son las dioxinas, que se generan cuando se queman los PVC. Si el filtro del horno funciona no salen por las chimeneas y van a parar a las cenizas (que se transforman en residuos peligrosos que requieren de un depósito especial).

Y las dioxinas son cancerígenas. Esto lo afirma nada más ni nada menos que la Organización Mundial para la Salud (OMS): “Las dioxinas tienen elevada toxicidad y pueden provocar problemas de reproducción y desarrollo, afectar el sistema inmunitario, interferir con hormonas y, de ese modo, causar cáncer”, dice el organismo en su sitio web.

Lo que hace años dijo Lilian Corra sigue siendo una verdad e incluso ahora la situación es más delicada. Es que en la actualidad las condiciones técnicas del horno ubicado en el predio del hospital Lucio Molas, al norte de la capital pampeana, las condiciones son lastimosas. Hace años que su vida útil caducó y hoy está obsoleto, inservible, roto.

El tema es que desde hace mucho esta verdad se sabía y sin embargo el equipo funcionó impunemente en ese lugar. Esta situación la conocieron las distintas autoridades que transitaron la función pública del municipio y la provincia en la última década y media.

Actualmente asistimos a un debate por cuestiones técnicas y económicas, asunto que “retrasa” una toma de decisión. Pero el problema es básicamente político.

Porque es político la decisión de cuidar la salud de miles de personas que viven en los barrios al norte de la ciudad. Porque es político el gesto de resolver este grave problema y retrasar por un tiempo el asfalto en las calles, los desagües o los medidores de agua.

Hace dos años se realizó una audiencia pública donde se difundió lo que muchos sabían.

Dos años es mucho tiempo y más de diez mucho más aún. Desde que el horno dejó de garantizar las mínimas condiciones de seguridad, desde ese entonces (por lo menos) las cosas debieron cambiar.

Siempre se dijo lo mismo: hay cuestiones técnicas y económicas que retrasan una solución de fondo. En el medio otras ciudades resolvieron el problema y en el mundo se implementaron campañas como Cuidado de la Salud sin Daño (CSSD) que con menos costos y más compromiso dieron fin a este debate.

Mientras en Santa Rosa salía humo de la chimenea del horno y se argumentaba que no había dinero para algo mejor. Mientras tanto se modificaba el boulevard de la avenida San Martín, se construía el megaestadio, se asfaltaban las calles, se realizaban espectáculos, se colocaban semáforos y otras obras a lo largo y a lo ancho de la ciudad.

Los barrios San Cayetano, la Federación de Comisiones Vecinas, la Juventud del CTA, ATE y la asociación Alihuén se están movilizando. Están pidiendo que resuelvan un problema que ellos no crearon pero que sí sufren.

“Las medidas más eficaces para evitar o reducir la exposición humana son las adoptadas en el origen, o sea, la instauración de controles rigurosos de los procesos industriales con miras a minimizar en mayor medida posible la formación de dioxinas”, señala la OMS.

No se trata de parar la ciudad. Nadie está pidiendo bajar los sueldos ni vaciar las arcas municipales. Tampoco hacen falta grandes estrategias para resolver un problema ambiental que hace mucho que está en la agenda de la ciudad, aunque no esté escrito.

Es de sentido común. Si al norte de Santa Rosa existe un peligroso foco de contaminación que afecta directamente al ambiente y a las generaciones actuales y futuras, los esfuerzos y las políticas deberían enfocarse en resolver este problema en el menor tiempo posible.

Pablo D’Atri

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