El mercado, al que todos critican pero escondidos aplauden, define nuestros días. Todo debe ser rentable, todo debe ser productivo. La oferta y la demanda definen qué es lindo y qué es feo, el arte de la basura, el gusto, la ubicación, el modelo... Estar a la moda dura minutos y salirse de ella es perder el tren de la historia...
Todos andan apurados, todos locos por el trabajo. No hay sábados ni domingos, no hay feriados ni fiestas.
Leer un clásico no trae beneficios y dos o tres libros cuestan un mes de cable donde vemos “Gran Hermano”. Leer... mucho mejor es pasar horas frente a la computadora, chatear, navegar por Internet y hablar bien el inglés, el idioma del futuro.
El auto, todo un tema. De hecho, es “el” tema. A la hora de definirlo, poco importa si nos lleva y nos trae sin problemas, si arranca esas mañanas bien frescas, si paga menos impuestos que un cero kilómetro. Lo importante, lo trascendental, es que el modelo sea el último y el confort de lo mejor.
No existe más el despensero, el sodero y las verdulerías apenas subsisten. Desde una aguja hasta un tornillo, “todo por dos pesos” se encuentra en las góndolas de los hipper y de los shopping.
Cuánto vale, con cuánto compro, la bolsa, las cotizaciones y el infaltable mercado. La Naturaleza salvaje, sin ropas ni andamiajes, vale poco y nada. Que un río atraviese el bosque, que los flamencos caminen lentamente en la laguna, valen si existe una oferta turística, un buen hotel, aventuras en 4x4, y una villa turística para calmar el stress.
Lo peor de todo esto es que esta historia es la nuestra. Nos empeñamos en acusar por los males a los políticos, a los vecinos y al clima. Sin embargo, todos sabemos que somos nosotros los que decidimos hacia dónde ir.
De seguir como hasta ahora, dentro de muy poco, los hijos van a ser cada vez menos porque dejarán de ser “rentables”.
- (Director ECO)
- (Publicado en el suplemento ECO/diario La Arena, el 5 de junio de 2001)
- Ilustración: Bibi González