Hombre y leyenda

Francisco Pascacio Moreno fue una figura excepcional de nuestra historia. Nos legó el primer parque nacional y el museo de ciencias naturales de La Plata, entre muchas otras cosas. Fue naturalista, explorador, geógrafo, visionario, pionero, héroe civil, patriota.

* Claudio Bertonatti

Un jovencito emocionado observa un inusual desfile militar. Su corazón redobla como los tambores de aquel Batallón 6° de Línea que retorna diezmado de la Guerra del Paraguay. Ese muchacho, apodado “Pancho”, recordará años más tarde: “aquella asta de lo que fue bandera, de la que sólo quedaban hilachas, qué gran impresión causó en mi espíritu”. Seguramente, este episodio desencadenará en él actos para apuntalar una patria en formación.

Francisco Pascacio Moreno nació el 31 de mayo de 1852. Ese año, la batalla de Caseros puso fin al gobierno de Rosas. De pequeño invertía su tiempo buscando huesos y fósiles en un Palermo semisalvaje y en la costa del río de la Plata. A los 12 años ya tenía una colección importante. Y, aunque como estudiante estuvo lejos de la medalla de oro, el autodidacta supo estudiarlos y clasificarlos. Llevó un armadillo fósil desconocido a manos de la figura científica más relevante de entonces: el Dr. Germán Burmeister, director del Museo de Ciencias Naturales. Tras corroborar el hallazgo, lo bautizó Dasypus moreni en honor a ese prometedor investigador de 15 años. Y él no se equivocó, porque con 20 años y museo propio, sería uno de los fundadores de la Sociedad Científica Argentina, actualmente “en pie”.

Alertado sobre la inminente disputa de territorios con Chile, emprendió una serie de viajes a partir de 1873. Era una Patagonia con fronteras difusas, sin caminos ni huellas. La explora, reconoce y mapea. Al remontar el río Santa Cruz, por ejemplo, descubre y bautiza el Lago Argentino. También, otro al que se le dedica esta oración: “Llamémosle Lago San Martín, pues sus aguas bañan la maciza Cordillera de los Andes, único pedestal digno de soportar la figura heroica del guerrero”. Traza los primeros mapas de esas regiones y descubre valiosos yacimientos arqueológicos y paleontológicos. Sus observaciones sobre la red hidrográfica del Chubut, le permitieron elaborar una posición en aquella controversia limítrofe.

Veinte años más tarde, el Gobierno Nacional le ofrece el cargo de perito en la cuestión de límites. Se traslada a Chile y acuerda con Barros Arana la colocación de hitos. En 1899 viaja a Londres y defiende la posición argentina de las altas cumbres, divisorias de aguas, que será la posición finalmente aceptada.

En 1877, en un bote tripulado por siete hombres y arrastrado por caballos desde la orilla, el 15 de enero inicia la ascensión del río Santa Cruz. El 15 de febrero llega a sus nacientes que bautiza como Lago Argentino. Posteriormente, descubre un lago que bautiza con el nombre de San Martín, reconoce el lago Viedma y bautiza el Chaltén con el nombre de Cerro Fitz Roy, y al cerro dominante en una región cercana al lago, lo designa Monte Félix Frías.( Club Náutico Lago Argentino - El Calafate . Santa Cruz)

El país logra retener 1.800 leguas cuadradas de tierras y evita un potencial conflicto. Sir Thomas Holdich, jefe de la comisión inglesa, lo reconocerá: “muchas veces he dicho que todo lo que el Gobierno argentino obtuvo al oeste de la división de aguas se debe exclusivamente a usted”. En gratitud por sus servicios, se le entrega -por Ley 4.192- veinticinco leguas cuadradas de tierras fiscales a elegir “en el Territorio del Neuquén o al sur de Río Negro”, ya que en 22 años de viajes y sacrificios no había recibido retribución alguna. Pero ese mismo año, Moreno decide donar 7.500 hectáreas de aquel paraíso para la concreción de un parque nacional; el primero de la Argentina y el tercero de América. Lo hace con este anhelo: “Al hacer esta donación emito el deseo de que la fisonomía actual del perímetro que abarca no sea alterada y que no hagan más obras que aquellas que faciliten comodidades para la vida del visitante culto, cuya presencia en esos lugares será siempre beneficiosa a las regiones incorporadas definitivamente a nuestra soberanía y cuyo rápido y meditado aprovechamiento debe contribuir tanto a la buena orientación de los destinos de la nacionalidad argentina.” Esta carta está fechada el 6 de noviembre de 1903. Por ello, celebramos en esa fecha el Día de los Parques Nacionales.

En aquellas travesías, Moreno supo del drama de “nuestros paisanos, los indios”. Trató de humanizar las relaciones con los huincas (blancos) exigiendo tierras y escuelas para ellos, a la vez que protestaba contra los métodos para “civilizarlos”. Los estimó y comprendió como nadie en su época: “Ninguno de los jefes caleufú ha teñido sus manos en sangre de cautivo indefenso. Si pelearon y cayeron, fue defendiendo su suelo. Salihueque en 1880 fue un leal enemigo, y juzgó al indio puro con su criterio. Defendía su patria. Era dueño de su tierra por derecho divino”. En sus apuntes escribió: “En la dura guerra a los indígenas se cometieron no pocas injusticias, y con el conocimiento que tengo de lo que pasó entonces declaro que no hubo razón alguna para el aniquilamiento de las indiadas que habitaban el sur del lago Nahuel Huapi, pudiendo decir que, si se hubiera procedido con benignidad, esas indiadas hubieran sido nuestro gran auxiliar para el aprovechamiento de la Patagonia, como lo es hoy el resto errante que queda de esas tribus, desalojado diariamente por los ubicadores de los “certificados” con que se premió su exterminio”.Por eso, Moreno “jamás derramó sangre humana y conquistó con su saber extensiones de tierra superiores a las conquistadas por guerreros”. Es más, cuando aquellos indios que él había conocido fueron hechos prisioneros, hizo lo que pudo por consolarlos y liberarlos. Incluso, por los que lo habían apresado y condenado a muerte a él en Caleufú.

En otro orden de cosas, sus esfuerzos científicos le habían dado satisfacciones: la Universidad Nacional de Córdoba lo nombró “Doctor Honoris Causa” y la Sociedad Geográfica de Francia le otorgó su medalla de oro. Entre una cosa y la otra, donó su colección de 15.000 piezas arqueológicas, antropológicas y paleontológicas a la provincia de Buenos Aires, para fundar un Museo Antropológico y Etnográfico. Con la fundación de la ciudad de La Plata, el gobierno impulsó su construcción con el nombre de Museo de Historia Natural de La Plata. Se inauguró en 1885 y Sarmiento pronunció el discurso de apertura. Por haber sido el impulsor, con sus donaciones (que incluyeron 2.000 libros de su biblioteca) y por el reconocimiento general a su persona, fue nombrado director vitalicio del museo. Moreno mismo dirigió su construcción, el montaje de las salas, la dotación con científicos de renombre y la publicación de artículos científicos en los Anales y la Revista del Museo de La Plata. Todo esto hizo del museo una de las instituciones científicas más importantes del país.

En 1901, acompaña al coronel sir Thomas Haldich, Comisionado del Gobierno británico, en una exploración de tres meses de las comisiones argentina y chilena. (Club Náutico Lago Argentino - El Calafate. Santa Cruz)

Moreno decía que “es sabido que donde el trabajo y la escuela reinan, la cárcel se cierra” y que “un niño con la barriga vacía no puede aprender a escribir la palabra pan”. Y del dicho, pasaba al hecho. Palpando las necesidades de los chicos del barrio del Parque de los Patricios creó los comedores escolares, donde diariamente se distribuía entre 150 y 200 platos de sopa costeados de su bolsillo. En 1905, para hacer frente a estos gastos, vendió las tierras del sur que le quedaban. Y cuando sus fondos tocaron fondo, entusiasmó a una filántropa, Doña Victoria Aguirres, para mostrarle las carencias de los barrios “de la Quema” y “de las Ranas”. Así, hizo parir las Escuelas Patrias del Patronato de la Infancia, el Refugio de la Calle Arenas y las Cantinas Maternales, para asistir a los más necesitados. Lo dio todo y hasta contrajo una deuda con el Banco de la Nación, que no dudó en rematar todos sus bienes el 17 de octubre de 1920.

Para el Centenario de la Revolución de Mayo, fue elegido diputado nacional, postulado por los vecinos de San Cristóbal. En 1912 creó la Asociación de Boys Scouts Argentinos, siguiendo la iniciativa de Robert Stephenson, el barón Baden-Powwell. Ese año, realizó su último viaje al sur, acompañando a Theodore Roosvelt, impulsor de los parques nacionales norteamericanos. Impresionado, éste le escribirá: “Usted ha realizado una obra que sólo un escasísimo número de hombres de cada generación es capaz de llevarlas a cabo”. En 1914 fue nombrado vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, cuando su salud declinaba y la pobreza lo mudaba a una casa más humilde en Charcas al 3.400.

Pese a todo lo que le debemos -hallazgos científicos, el museo de La Plata, la Sociedad Científica Argentina, el reconocimiento, el primer parque nacional, los monumentos al Ejército de los Andes en el Cerro de la Gloria y a Fray Luis Beltrán (el franciscano que se hizo soldado de la independencia), el Scoutismo Argentino, las “copas de leche” escolares, las Escuelas Patrias, las Cantinas Maternales y las escuelas nocturnas para adultos, entre otras cosas-, no le faltaban detractores. Lo difamaban, por ejemplo, mintiendo e ignorando su posición frente al indio. Ojalá invirtieran su tiempo para emular alguna de sus obras. La Argentina es un país misterioso... difícil de entender. De seguro, Moreno no se inmutaría, porque decía (como lo recuerda su bisnieto Mariano E. Gowland) que hay que “pensar alto, sentir hondo, hablar poco”, para que la palabra patria “signifique algo más que una reunión de seis letras”.

En la mesa de trabajo de “El Perito” hallaron un papel que decía: “¡Cuánto quisiera hacer, cuánto hay que hacer por la patria! Pero ¿cómo, cómo? ¡Tengo sesenta y seis años y ni un centavo! ¿Cuánto valen los centavos en estos casos...? ¡Yo que he dado mil ochocientas leguas a mi patria y el Parque Nacional, donde los hombres de mañana, reposando, adquieran nuevas fuerzas para servirla, no dejo a mis hijos un metro de tierra donde sepultar mis cenizas!”.

Pocos días antes de morir, solicitó una entrevista al presidente Hipólito Yrigoyen. Presentó su tarjeta al ordenanza, pero éste regresó para preguntarle quién lo recomendaba. Moreno, sin contestar, dio media vuelta y se marchó entristecido. Y así murió, el 22 de noviembre de 1919, portando sobre su pecho un relicario con la bandera del Ejército de los Andes. El gobierno no decretó duelo, ni honores. Tampoco envió representantes al funeral ni a los homenajes de colegas y amigos. En contraste, llegaron telegramas de condolencia desde muchos países del mundo. Recién en 1944, sus restos fueron trasladados a su última y deseada morada: la isla Centinela, en el Nahuel Huapi que tantas veces lo vio. Cada tanto, la sirena de una embarcación saluda al patriota. Su nieto, Francisco Pascasio Clemente Moreno frecuentaba las oficinas de Vida Silvestre. “Pancho”recordaba las palabras con las que “Abuelo” brindaba cada fin de año: “¡Por más Parques y no menos!”.

* Publicado en la revista de la Fundación Vida Silvestre Argentina, N° 86

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