Soja transgénica

La soja transgénica es la vedette de la Argentina. Desde 1995 la superficie cultivada aumentó 16 veces, pasando de 800.000 hectáreas a más de 14 millones de hectáreas. Para ello hizo falta que otros cultivos, ganado y miles de hectáreas de bosques y pastizales naturales dieran paso a la figura de los pool de siembra y del comercio exterior argentino…

 

(Suplemento ECO/Junio 2005)._ La siembra directa y la introducción de la soja transgénica Round up Ready (RR), permitió que en poco tiempo Argentina se convirtiera en el segundo productor mundial de soja, después de Estados Unidos.

Seducido por un mercado internacional que demanda cada vez más productos forrajeros, el país basa su desarrollo en este cultivo y exporta un 90% a los mercados internacionales para suplemento de proteína en los piensos para animales y aceites vegetales.

Pero la alegría de unos es la tristeza de otros. El cultivo de soja transgénica RR se extendió por todo el país devorando miles de hectáreas de bosques y pastizales naturales, además de otros cultivos y de expulsar al ganado y a los trabajadores rurales a zonas más marginales.

Y como si fueran pocas las consideraciones económicas y ecológicas, surgen las cuestiones sociales y de salud. Según denuncian organizaciones ambientalistas y profesionales de la salud, el cultivo de la soja tiene serias consecuencias sobre el ambiente y cuando se la utiliza como base de la alimentación, puede acarrear graves problemas en la población.

Soja RR

De la mano de la multinacional Monsanto, a mediados de 1990 los agricultores recibieron un nuevo “paquete” de semillas que prometía un interesante negocio. Conocida como la “Soja Round up Ready (RR)”, en solo cinco años la promesa se cumplió y la demanda creció a un ritmo sin precedentes. Para el año 2002 este cultivo cubrió el 99% del total sembrado.

Según un informe de Greenpeace, previo a la introducción de la Soja RR en el mercado argentino, la superficie de este cultivo crecía en un promedio de 0,23 millones de hectáreas al año. Sin embargo, desde 1997, cuando irrumpe en el mercado Monsanto, el promedio se incrementó a más de 2 millones de hectáreas por año y sólo en 1998 la superficie creció en un 200%.

Pero la oferta tecnológica de Monsanto no terminó en la semilla. La Soja RR está modificada genéticamente lo que le permite ser resistente a “determinados” herbicidas y muy efectivo al uso de “otros” que, casualidades, pertenecen a la misma empresa multinacional.

Tradicionalmente este cultivo tenía problemas con las malezas, a tal punto que los costos económicos de los plaguicidas tenían una gran incidencia en la rentabilidad del negocio. La técnica de la siembra directa combinada con la soja RR permitió que los productores rurales simplifiquen el trabajo y maximicen las ganancias. Una sembradora y una fumigadora es todo el equipo necesario para garantizar el trabajo que antes hacía el doble de trabajadores, maquinarias agrícolas y litros y litros de químicos para combatir las malezas.

Pero las ventajas tecnológicas se volvieron en contra de la naturaleza, según la opinión de los ambientalistas. “Los agricultores se dedican al monocultivo de la soja cada día más. Para el control de malezas utilizan un único herbicida que es el glifosato y realizan un solo sistema de cultivo que es el de siembra directa”, dice Greenpeace. “Esta combinación de un único conjunto de herramientas y tácticas aumenta la vulnerabilidad de la industria de la soja frente a un gran número de problemas biológicos y ecológicos”.

“El problema es que el beneficio de esta expansión económica se hace a costa del ambiente y de una mayoría de la sociedad que, para colmo, es la más vulnerable”, dice Obdulio Menghi, presidente de la Fundación Biodiversidad. Un informe de esta organización señala que la soja necesita más nutrientes que otros cultivos para crecer y madurar (el doble que el maíz, por ejemplo) y que este monocultivo lleva al empobrecimiento del suelo y a la pérdida de fertilidad de los mismos. Según la FB, a los 5.000 millones de dólares que significaron las exportaciones de soja en el año 2002, se le deben restar unos 900 millones que son los nutrientes que se van con la soja.

 “El crecimiento espectacular de la industria de la soja en la última década es una luz de esperanza en una nación aquejada por el endeudamiento internacional, el desempleo creciente y la pobreza”, dice Greenpeace. Sin embargo, la organización advierte que mientras que la superficie de soja aumentó en un 25%, la cantidad de explotaciones agrícolas cayó en un 21%. Entre 1990 y el año 2002 desaparecieron 60.000 establecimientos agropecuarios. Además de la fuerte concentración de las tierras en pocas manos, muchas de ellas tienen como propietarios a extranjeros. Según informes, disponen de unos 16 millones de hectáreas de campos cultivados con soja.

Hambre

Los datos oficiales afirman que la producción de soja en Argentina alcanzaría para alimentar a más de cien millones de personas. Pero la mitad de la población del país está por debajo de la línea de pobreza. Por eso la soja es el «maná» que se propone suplir las falencias alimenticias de esos sectores.

Con la producción de carne y lácteos destinada al mercado externo y con los precios internos por las nubes, la soja es el “sustituto ideal” en la alimentación, sobre todo en los comedores populares y en las cajas de ayuda social.

Pero la alimentación a base de soja tiene sus detractores: “La leche de soja se usa como reemplazo de la leche de vaca en las fórmulas para bebés y no equivale a la leche de vaca y menos a la humana”, dice Silvana Buján, de la Red Nacional de Acción Ecológica (RENACE). La denuncia tiene relación con las advertencias de muchos pediatras quienes desaconsejan el consumo de soja en menores de 5 años.

El campo va por más

Con las noticias en los diarios que demuestran la inestabilidad de los precios internacionales, con la presión de Monsanto por el pago de regalías por el uso de las semillas RR, con las concluyentes muestras de la exclusión laboral de los trabajadores rurales y con la pérdida de las propiedades agropecuarias de los pequeños productores rurales, a pesar de tantas razones, la política agrícola sigue mirando a la soja como la propuesta salvadora.

Tal es así que el sector agrícola se fijó como meta llegar a los 100 millones de toneladas métricas para el año 2010, con una expansión de más de 4 millones de hectáreas nuevas de tierras. “Si el sector agrícola y el gobierno deciden avanzar con este plan, una parte significativa de los terrenos vírgenes que aún quedan en Argentina se verán afectados para siempre”, advierte Greenpeace.

En todas las regiones agrícolas del país la soja gana en superficie y el ganado, otros cultivos, los bosques y los pastizales naturales, son los grades derrotados frente a esta propuesta productiva. Según informes oficiales, se redujeron las hectáreas de cultivos de papa, arroz, sorgo, arveja, lenteja y poroto. También cayó la producción de forraje para vacas lecheras y de matadero, y eso se tradujo en una reducción de un 20% menos de litros de leche entre 1999 y 2002, y de 1,5 millones de animales menos para la producción de carne entre 1997 y 2002.

Además de la sustitución de otros cultivos, la industria de la soja avanzó sobre los “terrenos incultos”. Desde 1996 más de 2 millones de hectáreas se perdieron tanto de bosques como de pastizales naturales.

Texto: Pablo DAtri
Ilust.: Bibi González